Liaño: "Los futbolistas del Superdépor éramos los novios ideales para cualquier hija"

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La nostalgia es una bella palabra que invita a realizar una mirada retrospectiva. Ese ejercicio no es en absoluto una tortura para Paco Liaño (Santander, 1964). El portero, célebre sobre todo por su etapa en el Superdépor, mantiene una lucidez total a la hora de poner en funcionamiento su memoria y recordar aquellos años.

Le costó asentarse en la élite; pasó siete temporadas "chupando banquillo" en el Racing de Santander hasta que se marchó al Sestao. Allí no ganó mucho dinero, pero consiguió un escaparte que le sirvió de trampolín para marcharse a La Coruña e integrar un equipo que pasó a la historia.

Liaño comparte, junto a Jan Oblak, el mejor Zamora de la historia de Primera, con solo 18 goles encajados. Quizá por eso es incomprensible que nunca fuera convocado para la Selección Española. Él, en cambio, no le da importancia, porque fue feliz como futbolista. Ahora comenta los partidos del Deportivo en Tiempo de Juego, en Cope Galicia, y se dedica a las labores de su hogar. Tras sufrir una lesión de cervicales en el final de su carrera, le diagnosticaron una "enfermedad común, no profesional" y recibe una pensión por ello.

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PREGUNTA. ¿Cuánto hay de verdad y de leyenda en que los porteros están locos?

RESPUESTA. En mi caso no me he considerado un loco, todo lo contrario. Es más oportuno decir que los porteros debemos ser gente con la cabeza bien amueblada. De ellos depende soportar la presión de un puesto en la que los comentarios no suelen ser positivos. En mi época en el Deportivo, me sacaban a la rueda de prensa cuando perdíamos. Si ganábamos por cinco, salía el delantero a hablar.

"Era una época en la que a los porteros solo se nos valoraba por lo que hacíamos con las manos y no con los pies"

P. ¿Cómo elige un chaval convertirse en portero?

R. Lo digo de broma, pero tiene una parte importante de verdad (risas). Yo era bajito y gordo, así que me tocaba ser portero si quería jugar con los mayores porque el balón no era mío. Mi afición empezó de esta manera y parece que no se me dio mal. Luego crecí y dejé de ser gordito.

P. ¿Nunca tuvo inquietud por ver cómo podía desempeñarse en otras posiciones?

R. No, no. Era una época en la que a los porteros solo se nos valoraba por lo que hacíamos con las manos y no con los pies. No teníamos la necesidad de ser hábiles en el juego de pies. No tuve la curiosidad de jugar en otra demarcación, salvo en alguna pachanga con el equipo.

"Mi forma de estar concentrado era estar en permanente comunicación con la defensa, hasta donde me llegaba la voz"

P. ¿Por qué se exige ahora el juego con los pies a los porteros?

R. Ha sido una evolución muy necesaria. Las normas han cambiado de forma paulatina, hasta el punto de que el portero sólo puede usar las manos para blocar. Esto provoca que los guardametas sean más virtuosos que en mi época. Ahora hay que ser un virtuoso con los pies, pero antes valía con sacar fuerte de puerta. E incluso ni eso, porque muchas veces los defensas sacaban de puerta.

P. ¿Quién rompió con ese cliché de que los porteros no sabían jugar con el pie?

R. Molina, en el Atlético de Madrid de Radomir Antic. Él jugaba muy adelantado y tenía un gran manejo del juego de pies; cambió la forma de trabajar en la portería. En el Barça de Johan Cruyff, se exageró todavía más esta faceta con Carles Busquets. Ahora se valora a los porteros, de forma equivocada, más por lo que hacen con los pies que por lo que paran.

Molina jugaba bien con los pies. (EFE/Biel Aliño)

P. ¿Cómo mantiene un portero la concentración?

R. Por eso te decía que los porteros tenemos que tener una dosis de locura limitada. Tenemos que jugar el partido, con independencia de la cercanía o lejanía del balón. Mi forma de estar concentrado era estar en permanente comunicación con la defensa, hasta donde me llegaba la voz.

P. En ese fútbol de los 90 fue incomprensible que a usted nunca lo convocara la Selección.

R. Los criterios a la hora de seleccionar a los futbolistas eran distintos a los de la actualidad. Los últimos seleccionadores han premiado los buenos momentos de los jugadores, mientras que en mi época eran distintos. Javier Clemente era el seleccionador y él tenía un grupo establecido. Sus porteros eran siempre los mismos, independientemente de su estado de forma. Ojo, que no lo critico en absoluto. Coincidió que el titular era Andoni Zubizarreta y luego estábamos el resto. Me quedó esa pequeña espina de haber estado en la Selección.

P. ¿Habló con Clemente en esos años?

R. Nunca, no creo que fuera la forma. Él tenía su grupo cerrado con futbolistas de confianza. Soy consciente de que no estuve en él y ya está. Si hubiera batido el récord de menos goles encajados en la actualidad, seguramente habría tenido una oportunidad.

"En los cinco años que estuve en La Coruña, fui muy feliz y tuve un gran protagonismo"

P. ¿Tuvo alguna oferta para salir del Deportivo?

R. No, no. Yo estaba muy a gusto en La Coruña, un lugar en el que mi objetivo fue asentarme como titular. En los cinco años que estuve, fui muy feliz y tuve un gran protagonismo. En el último, no obstante, tuve algún problema con John Benjamin Toshack. Luego me vendieron al Sporting. Jugar en el Deportivo, después de la trayectoria que había tenido, fue cumplir mis objetivos. No tengo ninguna frustración por no haber salido del Depor.

P. Usted fue un portero de éxito, pero le costó asentarse en la élite.

R. Yo soy cántabro y mi aspiración, como la de cualquier niño de allí, era jugar en el Racing. Lo conseguí e incluso debuté en Primera a los 18 años. Sin embargo, estuve siete temporadas allí y no logré establecerme como titular en el equipo. En realidad, estuve chupando banquillo. Vi que era necesario salir de Santander para cumplir con mis expectativas de futbolista profesional. Por eso estuve un año en el Sestao, en Segunda División.

P. Ese fue el paso previo al Deportivo.

R. Así es. Fui Zamora en Segunda y eso me sirvió para proyectarme y despertar el interés de otros equipos. Como me había costado tanto llegar al fútbol de élite, en el Deportivo vi cumplidas todas mis aspiraciones. Fui muy feliz jugando y entrenador, y la lesión en las cervicales me frustró porque no pude competir más tiempo.

Fran, Liaño y Donato, integrantes del Superdépor. (EFE)

P. ¿Qué le faltó para tener continuidad en el Racing?

R. Nunca se sabe. En los deportes colectivos, dependes también del gusto del entrenador. Además, no es fácil que un técnico le dé la oportunidad a un chaval en la portería por mucha proyección que tenga. Es habitual apelar a la experiencia.

P. ¿Pensó en dejar el fútbol en esos años?

R. No, no, nunca. Sólo tuve un momento de dificultad en mi trayectoria, incluso estuve retirado un par de días del fútbol profesional. Fue el verano previo a que me fichara el Deportivo. Cuando fiché por el Sestao, un club humilde vizcaíno que proyectaba jugadores, los vendía y así se aseguraba su supervivencia. Yo cobré dos millones de pesetas (12.000 euros) en mi año allí, diez mensualidades de 200.000. Eso no me daba para vivir, porque yo vivía en Santander y se me iba casi todo en la gasolina. Entonces hice una semana de pretemporada, en el segundo año, y me despedí, porque no podía seguir así.

P. ¿Qué ocurrió?

R. Pasé el fin de semana en Santander y me llamaron de La Coruña para fichar por el Deportivo. En la pretemporada, se había lesionado Juan Canales, el portero que habían fichado del Logroñés. Eso me abrió de nuevo las puertas del fútbol profesional.

P. ¿Pasar de no jugar en el Racing en Primera a ser Zamora en Segunda fue subir o bajar un peldaño en la escalera?

R. Subir. Me marché del Racing con 25 años, porque fue cuando me liberé de las cláusulas de retención que había en la época. Aunque la mejor opción económica no era el Sestao, era un buen lugar para promocionarse deportivamente. Me marché allí, renunciando incluso a ganar dinero en otros lugares. Fue una apuesta que hice y que me salió fantástica.

"Lo normal era ganar entre ocho y diez millones de pesetas (48-60.000 euros) por temporada en Segunda División"

P. Hablaba de los dos millones que ganó en el Sestao. ¿Se ganaba dinero en ese fútbol?

R. Se ganaba mucho menos que ahora. Lo normal era ganar entre ocho y diez millones de pesetas (48-60.000 euros) por temporada en Segunda División.

P. Usted se consagró en Primera a los 27 años. Rompió con el tópico de que no conviene esperar a un futbolista.

R. Coincidí con Manolo Sanchís, Miguel Pardeza, Martín Vázquez, Quique Sánchez Flores… en la Selección sub-18. Ellos empezaron a jugar, dos años después, en Primera División, y en buenos equipos. Esto, de alguna manera, me frustró. Pero estaba en el Racing con 18 años y, aunque no jugara, no me costaba nada levantarme para ir a entrenar.

Liaño coincidió con Sanchís, Pardeza y Martín Vázquez. (EFE/Rodrigo Jiménez)

P. En los años en Primera aumentó su celebridad. ¿Es atractiva la fama?

R. Viví los mejores años de mi vida profesional en La Coruña. Y lo hice como parte de un fenómeno social en la ciudad que trascendía el fútbol. Era muy fácil vivir allí en esos años, porque era todo felicidad en torno al fútbol. La gente era respetuosa y nos trataba con una delicadeza tremenda. Éramos los novios ideales para cualquier hija. Eso nos facilitaba mucho el día a día. La fama no me pesó y la llevé muy bien.

P. ¿Cómo fue la negociación con el Deportivo?

R. Pasé de pensar en qué iba a hacer tras dejar el fútbol a preparar una maleta y coger un avión de Santander a Madrid y de allí a Santiago. Luego nos recogieron en coche para ir a La Coruña y meterme en la dinámica de un equipo en pretemporada. Fue cumplir el sueño de niño de jugar en Primera División.

P. ¿Qué tal la adaptación a La Coruña?

R. Fue muy fácil. Si hay dos ciudades que pueden considerarse similares son La Coruña y Santander. No soporto el calor y he tenido la suerte de moverme por la Cornisa Cantábrica. Eso fue más llevadero para mí que haber fichado por un equipo del sur por las temperaturas tan elevadas que se dan.

"No había prácticamente de nada, pero competíamos con los más grandes"

P. ¿Quién fue más importante en el Superdépor, Arsenio o Lendoiro?

R. Lendoiro fue el ideólogo y el artífice de dotar al equipo económicamente para que llegaran grandes jugadores. En el banquillo, había un personaje radicalmente opuesto a él. Arsenio era un hombre humilde, pero a la vez muy sabio y que supo manejar el crecimiento del club. Detrás de ese éxito deportivo, la gente no era consciente de las dificultades que había. Un año estuvimos entrenando en un pabellón, porque se pasó el invierno lloviendo y no teníamos campos propios. No había prácticamente de nada, pero competíamos con los más grandes. Eso se conseguía porque el jefe de la manada era Arsenio Iglesias.

P. ¿Qué hacía?

R. Tenía algunos detalles. Era capaz de entrar en las cocinas de los sitios en los que parábamos cuando íbamos de viaje para que tardaran menos en servirnos la comida. Son cosas del fútbol de antes que no tienen nada que ver con los búnker que se han formado ahora.

Arsenio, en su última vez en Riazor. (EFE/Javier Lizón)

P. ¿Es cierto que entraba en las habitaciones?

R. Sí, sí. Cuando íbamos de viaje, entraba en las habitaciones antes de que nos fuéramos a dormir. Nos daba alguna instrucción del partido y se preocupaba de que todos estuviéramos bien. No lo hacía para vigilarnos, sino para saber que no nos faltara de nada. Esto, en cambio, se lo criticaron cuando entrenaba al Madrid. Era el entrenador, el padre y el cuidador de su plantilla.

P. Imagino que era un viejo zorro con su retranca gallega.

R. Sí, sí. Arsenio iba de pailán, como dicen en La Coruña. Pero era un hombre leído, instruido y que sabía mucho más de lo que aparentaba.

P. ¿Sentían que se estaba gestando algo en el equipo?

R. Sí. En mi primer año tuvimos que jugar la promoción de permanencia contra el Betis y seguimos en Primera. En el segundo, llegaron Mauro Silva y Bebeto, luchamos por la Liga y nos clasificamos para jugar la UEFA. El crecimiento social fue tremendo. A La Coruña siempre se la tachó de madridista. Le voy a contar una anécdota.

P. Cuente, cuente.

R. En el primer Teresa Herrera que jugué, había más camisetas blancas que blanquiazules en Riazor. Eso cambió en esos años. A partir de ahí, nunca se vieron las mismas camisetas del Madrid que antes de que empezara este fenómeno.

Rafa La Casa

P. ¿Cómo hicieron para que, además de ser el primer equipo en La Coruña, fueran el segundo de todos los españoles?

R. Eso pasa siempre que un equipo le planta cara a los poderosos. Los aficionados que no eran del Madrid y del Barcelona se hicieron del Deportivo porque era un club de provincia que les plantaba cara a los transatlánticos. También tuvo que ver la figura de Arsenio, que le caía bien a la gente.

P. Todavía hay gente que se pregunta cómo pudieron llegar dos futbolistas como Bebeto y Mauro Silva.

R. Eso es algo atribuible a Lendoiro y a su capacidad de persuasión. No era un tema económico, porque tanto Bebeto como Mauro podrían haber ganado más dinero en otros sitios. Sin embargo, el presidente los convenció con sus artes gallegas. Coincidió, además, con el crecimiento del club, que hizo más atractivo si cabe estar en La Coruña.

P. ¿A usted también lo intentó convencer en una de sus famosas cenas?

R. No, no (risas). El día que llegué a La Coruña, cené con él y con mi representante, pero no estuve hasta altas horas de la noche como les pasó a otros. La conversación con Lendoiro, de hecho, fue muy sencilla. Me preguntó si tenía novia, si estaba casado… Le dije que no. "Pues otro que casamos aquí", me respondió. No era un hombre que conviviera mucho con los jugadores. Venía a los partidos y entraba al vestuario, pero en el día a día no estaba presente.

P. De Mauro destacaban su seriedad y de Bebeto su faceta más lúdica.

R. Ambos se salen del paradigma del jugador brasileño que le gusta la fiesta. Son los menos brasileños de los que yo he conocido. Eran futbolistas muy serios y profesionales cuyo día a día era muy familiar. Mauro, además, era un tipo muy culto y con una buena formación. Bebeto, en cambio, era más familiar y el típico que necesitaba que le dieran cariño. Cada vez que viajaba a Brasil le costaba volver porque tenía mucho arraigo con su tierra.

Bebeto y Mauro Silva fueron dos fichajes de Lendoiro. (EFE/Biel Aliño)

P. ¿Salía aquel vestuario?

R. Había gente a la que le gustaba la fiesta más que a un tonto una tiza (risas). En aquella época, teníamos muchas cenas y muchas comidas, que incluso se prolongaban. Eso sí, siempre lo hacíamos los días que se podía salir. Como todo funcionaba bien, incluso te podías ir a tomar una copa después de cenar. E incluso te invitaban, porque el equipo estaba de lujo.

P. El capitán de ese equipo era Fran. ¿Qué le faltó para jugar en un grande?

R. Que quizá era excesivamente tímido. Es de los mejores futbolistas que he visto, aún más en el día a día. No obstante, le hubiera costado asimilar la rutina de un equipo grande por su carácter apocado si se hubiera marchado. En esos sitios, como Madrid y Barcelona, donde la presión mediática es tan grande, necesitas mucha personalidad para sobrellevarlo. Fran la tenía en el campo, pero me temo que la del otro fútbol se la hubiera comido.

P. ¿Por qué tiene usted la Liga que perdieron frente al Valencia como un éxito deportivo?

R. Aquella fue la única vez que peleé por un título de esa dimensión. Yo tengo dos subcampeonatos, ese en el que empatamos a puntos con el Barcelona, pero perdimos el título por el goal-average particular. Aquel fue el mejor momento de mi vida profesional, porque era pelear por una Liga. No se me ocurre ponerle un solo pero a la experiencia vivida.

P. ¿Les pudo la presión?

R. Se lo he escuchado a mucha gente y es posible que así fuera. La segunda vuelta del Barcelona fue espectacular y nos recortaron la ventaja jornada tras jornada. Hubiéramos firmado llegar a la última jornada dependiendo de nosotros, jugando en casa y ante un equipo que no se jugaba nada. Fue final muy cruel.

"Arsenio era un hombre humilde, sencillo, tranquilo y de fuertes convicciones"

P. ¿Cómo fueron esos días previos al partido?

R. Recuerdo la ilusión que se vivía en la ciudad, decorada completamente en blanquiazul. No podías ir a ningún sitio, porque todos estaban pendientes de esa posibilidad. No se hablaba de otra cosa en La Coruña. Pero, como decía Arsenio, "cuidado con las fiestas que te la quitan de los fuciños".

P. ¿Ganar la Copa el año siguiente fue la venda que tapó la herida?

R. No, no. Fue el primer título oficial del Deportivo y, además, fue contra el Valencia, que sirvió como pequeña revancha. Pero la Liga que perdimos no nos la devolvió nadie. Esa herida se curó el día que Donato le marcó al Espanyol y se ganó en el 2000.

P. Arsenio se marchó tras ganar la Copa. ¿El vestuario no intentó convencerlo?

R. No. Esa decisión estaba muy tomada porque su relación con Lendoiro se había deteriorado mucho por las causas que fueran, que no lo entendí. Arsenio era un hombre humilde, sencillo, tranquilo y de fuertes convicciones.

Liaño no encajó con Toshack. (EFE/Yoan Valat)

P. Con Toshack no fue lo mismo y usted solo aguantó un año más en La Coruña.

R. Toshack llegó a La Coruña con una fama tremenda. Era una aspiración de Lendoiro, que trató de cubrir la baja de Arsenio con un hombre muy célebre que tapara un poco la crítica de la ruptura entre ambos. De hecho, la pretemporada con Toshack fue brutal, porque ganamos todo. Incluso goleamos al Bayern de Múnich y le ganamos la Supercopa de España al Madrid. La gente se entusiasmó con ese inicio. Pero la Liga no fue así.

P. ¿Fue Toshack el responsable de su salida?

R. Empecé la primera pretemporada lesionado, pero me dio la titularidad en cuanto me recuperé. Sin embargo, en el segundo año, el pidió fichajes y salidas. Es más, pidió que Bebeto y yo saliéramos del equipo. Eso fue lo que me dijo Lendoiro. Aquello me sorprendió, pero el Sporting me fichó. En Mareo recuperé la ilusión por jugar al fútbol.

P. ¿La había perdido en el último año en La Coruña?

R. Sí. El año con Toshack fue duro, porque a los porteros se nos prestaba muy poca atención. Estábamos alejados, con el preparador físico, mientras se hacían partidos con cuatro porterías pequeños. Eso era muy frustrante. Me sorprendió que algunas mañanas no tenía ganas de ir a entrenar.

P. Usted fue comentarista el día que el Deportivo ganó la Liga en 2000. ¿Se sintió en parte partícipe de aquello?

R. Sí, porque nosotros fuimos el germen de aquel equipo que luego consiguió la Liga. Eso sí, apenas quedaban jugadores de los que empezamos. Aquello fue mérito de Javier Irureta, que dio la estabilidad que no hubo cuando salió Arsenio. Me sentí aliviado con un deportivista más, porque jugué en un campeón de Liga.

P. ¿Compensa el precio a pagar por ser futbolista?

R. Absolutamente. Siempre le digo a mi hijo, que quiso ser futbolista y que no tuvo la misma dedicación que yo. El fútbol tiene que ser lo más importante. Merece la pena todo el tiempo que le dediques, es decir, 24/7. Hay que cuidarse, descansar, comer bien… Ser futbolista es trabajar en aquello que te gusta. No se puede pedir más.

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